Lectura clave:
Uno de los errores más comunes en la vida espiritual es creer que podemos ganarnos el cielo por nuestras propias acciones. Muchas personas piensan que si hacen cosas buenas, si ayudan a otros, si van a la iglesia o si cumplen ciertas reglas, entonces Dios los aceptará. Pero este pensamiento, aunque parece lógico, es un engaño muy peligroso.
La Biblia enseña que la salvación no se obtiene por obras humanas, sino por gracia. Es un regalo que Dios ofrece a través de Jesucristo. No podemos comprarlo, merecerlo ni ganarlo. Si pudiéramos salvarnos por nuestras buenas acciones, entonces la muerte de Jesús en la cruz no habría sido necesaria. Pero Él murió precisamente porque nadie puede salvarse por sí mismo.
Creer en la salvación por obras lleva a dos problemas graves. El primero es el orgullo espiritual: pensar que somos mejores que otros porque “cumplimos” más. El segundo es el miedo constante: sentir que nunca hacemos lo suficiente para agradar a Dios. Ambos caminos nos alejan de la verdad del Evangelio.
Dios no quiere que vivamos tratando de acumular puntos para el cielo. Él quiere que confiemos en lo que Jesús hizo por nosotros. Cuando aceptamos ese regalo con fe, nuestra vida empieza a cambiar. No obedecemos para ser salvos, sino porque ya hemos sido salvos. Las buenas obras no son la causa de la salvación, sino su fruto.
Este mensaje es una invitación a descansar en la gracia de Dios. A dejar de intentar “ganarse” el amor de Dios y empezar a vivir como hijos que ya lo tienen. La obediencia, el servicio, la generosidad… todo eso es valioso, pero solo tiene sentido cuando nace de una relación viva con Jesús.
La salvación no es una recompensa por el esfuerzo humano. Es una muestra del amor divino. Y ese amor transforma el corazón, no por obligación, sino por gratitud.
Muchas personas creen que tener fe significa simplemente decir “yo creo en Dios” o “yo sigo a Jesús”. Pero la Biblia nos muestra que la fe verdadera va mucho más allá de palabras. Jesús mismo advirtió que no todos los que le llaman “Señor” entrarán en el Reino de los Cielos, sino aquellos que hacen la voluntad del Padre. Esto nos lleva a una verdad profunda: la obediencia es evidencia de una fe auténtica.
No se trata de cumplir reglas para ganarse el cielo. La salvación es por gracia, no por obras. Pero cuando alguien ha sido transformado por esa gracia, su vida empieza a cambiar. Comienza a amar lo que Dios ama y a rechazar lo que Él rechaza. La obediencia no es una carga, sino una respuesta natural de alguien que ha sido tocado por el amor de Dios.
Jesús habló de dos tipos de personas: una que escucha Su enseñanza y la pone en práctica, y otra que la escucha pero no la obedece. La primera es como una casa construida sobre roca: firme, segura, capaz de resistir las tormentas. La segunda es como una casa sobre arena: frágil, inestable, destinada a caer. Esta comparación nos muestra que la obediencia no es un detalle menor, sino la base de una vida espiritual sólida.
Hay personas que hacen cosas religiosas, profetizan, expulsan demonios, hacen milagros, pero no obedecen a Dios. Aunque parezcan espirituales, no tienen una relación verdadera con Él. Jesús dice que nunca las conoció. Esto nos enseña que las apariencias pueden engañar, pero Dios ve el corazón.
La fe que salva produce frutos. No frutos perfectos, pero sí visibles. Cuando alguien ha nacido de nuevo, el Espíritu Santo comienza a guiarlo, a corregirlo, a fortalecerlo. Esa persona empieza a vivir de manera diferente, no por miedo, sino por amor. Busca agradar a Dios, aunque falle a veces. Su vida refleja una transformación real.
Este mensaje es una invitación a examinar nuestro corazón. ¿Estoy viviendo para agradar a Dios? ¿Mi fe se refleja en mis decisiones, en mi manera de tratar a los demás, en cómo respondo a Su Palabra? No se trata de ser perfecto, sino de caminar con sinceridad, dejando que Dios nos moldee cada día.
LA OBEDIENCIA ES LA EVIDENCIA DE NUESTRA FE! LA SALVACIÓN ES POR CREER CON FE EN JESUCRISTO!
Enseñanza impartida por Baruch korman
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